En el sistema de valores elaborado por el mundo griego y romano, el primer elemento que hace distinguir al hombre civilizado de los animales y de los barbaros es la sociabilidad; el hombre civilizado no solo debe comer por hambre, “No nos sentamos a la mesa para comer, sino para comer juntos” (Plutarco).
El banquete representa también las jerarquías y las consiguientes relaciones de poder: se expresan mediante el lugar que cada uno ocupa en la mesa, los criterios de reparto de los alimentos, el tipo de alimentos servidos a cada comensal: por ejemplo se considera normal servir platos diferentes en el trascurso de una misma comida en función del rango de cada uno.
Los griegos ya tenían estandarizado para el 400 A.C. los banquetes, comían sentados al principio pero posteriormente pasaron a reclinarse, contaban con una estructura fija de platos (tres) y siempre en casas privadas que contaban su capacidad según el número de almohadones. Los sirvientes llevaban la comida de la cocina al salón en grandes fuentes y los invitados elegían las porciones sirviéndose ellos mismos con la mano y dejando los restos sobre la mesa. Toallas y recipientes con agua tibia perfumada y aceites eran llevados después por los sirvientes para que los comensales se limpiaran. Con el postre se servía vino diluido en agua ya que no estaba bien vista la ebriedad al principio de la comida.
De ahí se iban al symposium, en el que ya el vino no sólo no se sirve con agua sino que se celebra su sacralidad ya que provoca ebriedad y por ello, facilita el contacto con lo divino. En este momento se mezclan las discusiones literarias y filosóficas con la música y las bailarinas.


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